[Domenico Feti, 1622
Melancolia, Gallerie dell'Accademia, Venecia]


¿A quién no le pasa todo esto? ¿Quién no encuentra el camino para llegar ahí adonde desea ir? Los padres de la Iglesia —especialmente Juan Cassano—desarrollaron durante la Edad Media un complejo listado de los síntomas de la llamada acidia.

Estos serían los principales efectos:

La acidia genera ante todo malitia, el ambiguo e infrenable odio-amor por el bien en cuanto tal, y rancor, el revolverse de la conciencia malvada contra aquellos que exhortan el bien; pusillanimitas, el «ánimo pequeño» y el escrúpulo que se retrae espantado frente a la dificultad y al empeño de la existencia espiritual; desperatio, la oscura y presuntuosa certeza de estar ya condenados por anticipado y el hundirse complacientemente en la propia ruina, como si nada, ni siquiera la gracia divina, pudiera salvarnos; torpor, el obtuso y somnoliento estupor que paraliza cualquier gesto que pudiera curarnos; y finalmente evagatio mentis, la fuga del ánimo ante sí mismo y el inquieto discurrir de fantasía en fantasía que se manifiesta en la verbositas, la monserga vanamente proliferante sobre sí mismo, en la curiositas, la insaciable sed de ver por ver que se dispersa en posibilidades siempre nuevas, en la instabilitas loci vel propositi y en la importunitas mentis, la petulante incapacidad de fijar en un orden y un ritmo el propio pensamiento.

Conviene precisar que cogitatio, en el lenguaje medieval, se refiere siempre a la fantasía y a su discurso fantasmático; sólo con el ocaso de la concepción griega y medieval del intelecto separado, cogitatio empieza a designar la actividad intelectual que hoy designados con este término.



[Lucas Cranach
Alegoría de la Melancolía (1528), según el modelo de Durero]



Jules MASSENET, Elegie